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11.2.13

¿El hombre o el papa?

Un luchador firme. Joseph Aloisius Ratzinger o Benedicto XVI para todo el mundo. El nacido en Baviera un sábado de gloria de 1927 a tempranas horas de la mañana o el arzobispo de Múnich y Freising de 1977, que luego sería elevado a cardenal en junio del mismo año, y luego, años más tarde, ocuparía el cargo de san Pedro, tras la muerte de Juan Pablo II, con el tradicional "Habemus Papam", un 19 de abril de 2005. El hombre o el papa.

Transcurridas pocas horas luego de la dimisión del papa Benedicto XVI, la única reflexión posible es una que tiene poco que ver con las muy comentadas "mafias" de la Iglesia Católica, y concierne a un motivo de mayor trascendencia desde cualesquiera de los ámbitos de nuestra tan "apacible" humanidad. Muchos, como ratas, han salido de sus oscuros y dramáticos escondites, enarbolando tesis improductivas - imprudentes - sobre la situación reciente del Vaticano. ¿A quién carajos le importa un pito si el Opus Dei tuvo que ver o no con la abdicación del papa? ¿Quiénes son los hipócritas que con mano alzada pretenden ocultar sus "suciedades" - como alguna vez dijo Benedicto XVI- y guarecerse debajo de la sombra escuálida del improperio? ¿Quiénes son esos idiotas que rascándose las escamas buscan renovar la piel escupiendo y maldiciendo, malogrando, chillando, consumiendo y  matando, a punta de adornos pusilánimes y anónimos, la imagen de una iglesia sin líder? Los pendejos. Sólo las razas pendencieras rematan cuando el barco está hundiéndose. Las ratas. Sólo los pendejos, aquellos redactores de blogs de noticias, esos malandrines amarillistas tan ignorantes que sólo ellos son capaces de combinar una noticia de renuncia papal con el supuesto puje no virginal de Santa María. Sólo las ratas.

La única reflexión posible - hay una única posibilidad coherente, las otras posibilidades son tan inconsistentes que radican en la piltrafa pensante - es la de conocer el legado de una persona que a sus 85 años vuelve a ponernos sobre la mesa las palabras de Mateo 16; 18-20. La única reflexión posible, en estos tiempos de un mundo zombie que anda en cuatro patas, que ha superado según su ego existencialista la postura mágica de los antiguos siglos y confía su vida y plenitud a la cien veces "santísima" razón, no es la de investigar los hechos circunstanciales, no es la pensar las etiquetas políticas y religiosas tras los altos cargos, ni mucho menos aprovechar el pánico y el desgobierno para pinchar la balsa. ¡Dejemos eso a la policía, por Dios! o si quieren hablemos de eso, pero, invocando a su enaltecida razón, hablemos de lo importante. Sí, claro, es importante conocer por qué el papa renunció y mucho más conocer las lógicas pugnas al interior de la Iglesia Católica, y especular si fue acaso el "ultraconservadurismo" quien ganó el "juego" en este caso. Eso es importante, pero no trascendental. Conocer quién fue Ratzinger y conocer quién fue Benedicto XVI parece más productivo que sentarse a petardear anónimamente caricaturas del momento.

Antes de papa, Joseph Ratzinger es un ser humano. Un hombre que creía o cree en Heidegger, en san Agustín, en san Buenaventura, en el estilo de Dostoyevski. Un prolífico intelectual que alineó su atención a planteamientos reformistas en el seno católico. Un conversador. Ratzinger es un hombre de diálogo, no por eso flexible. Tolerante al cansancio, y abierto a las novedades históricas siempre y cuando estén cimentadas sobre el Evangelio. Ratzinger es un pluralista, un hombre que defiende sus ideas sin comulgar con la falta de respeto. Antes de papa ya era un hombre sabio, que entendía la fe y el amor como una teología de la relación divina, haciendo de la primera una respuesta fecunda del amor de Dios. Criado en el ambiente nazi de las malditas locuras de Hitler, decidió ser sacerdote desde temprana edad. Elegido en 1981 como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Iglesia, se encargó de defender a la Iglesia Católica de los embates modernos. Fue el San Miguel de la Tierra. Y siéndolo afirmaba que "el cristianismo no es un moralismo", el amor a Jesucristo va más allá de cualquier exigencia religiosa, en concreta alusión a una metanoia cristiana.

Benedicto XVI se nos fue. Aún no digerimos del todo bien la "falta de fuerzas" del papa, y es probable que no sea la razón principal de su renuncia. Pero eso no es lo realmente significativo de esta situación, sino más bien explicar el legado espiritual y material que este papa nos deja. Que este hombre nos deja. Y por más que se le quite el nombre oficial de papa será hasta el resto de sus días Benedicto y Ratzinger, Ratzinger y Benedicto. Se recuerda más a Juan Pablo II quizá por su indudable carisma, yo quiero recordar a Benedicto XVI como el ángel de la guarda de una iglesia que tiene de flaca y de gorda, que tiene de divina como de humana, que tiene de santa como de corrupta, porque Benedicto XVI o Joseph Ratzinger se fue defendiendo con humildad y firmeza, propia de un gigante, las arcas benditas de la idea de Iglesia Católica, porque tiene de flaca como de gorda por sus hombres flacos y gordos, porque tiene de santísima porque su cabeza es santa y divina. El hombre o el papa. Yo me quedo con ambos.